La adopción de hábitos alimenticios adecuados es fundamental para contrarrestar la creciente prevalencia global de enfermedades crónicas como la obesidad, la diabetes tipo 2, la hipertensión y los problemas cardiovasculares. Estos problemas de salud están ligados a tendencias dietéticas nocivas, como el alto consumo de alimentos procesados y bebidas azucaradas, lo que desplaza la ingesta de alimentos frescos y agua.
La prevención requiere un esfuerzo especial en el fomento de la vida activa, la reducción del consumo de azúcares libres y grasas saturadas (manteniendo estas últimas preferiblemente por debajo del 10 % de la energía total) y la promoción activa de una dieta basada en frutas, verduras, cereales integrales y legumbres (con una meta de 400–500 g/día de frutas y verduras).
Estas prácticas no solo ayudan a mantener un IMC óptimo y aseguran el aporte de fibra y nutrientes esenciales, sino que también protegen la salud cardiovascular y metabólica, dejando una huella positiva que se extiende hasta la edad adulta.